Por: Mabel Cáceres, directora de El Búho
Bajo toneladas de lodo, que exudan sus propias conciencias, con la promulgación de la Ley de Amnistía ha sido oficialmente sepultado cualquier atisbo de decencia, integridad, honorabilidad y decoro en el Perú oficial.
Dos imágenes representan este entierro simbólico de un honor moribundo por largo tiempo en la clase política y en las instituciones armadas: el cinismo de Fernando Rospigliosi celebrando una Ley de Amnistía que él mismo combatió en su momento con argumentos sólidos y que hoy pisotea, junto a la lógica y a su propia imagen, en aras de servir a sus nuevos amos; y el abrazo cómplice y ladino entre dos perpetradores de crímenes imperdonables: los incalificables asesinatos del Grupo Colina y las masacres ordenadas por Dina Boluarte, ambas de la misma entraña criminal, bajo el mismo desprecio por la vida de otros, que no tenían poder.
En los estertores de la dignidad, un jefe policial seducido por el lujo de autos de alta gama, viajes en jóvenes compañías y poder sobre otros subordinados, no importa si son integrantes de bandas de extorsionadores, marcas, traficantes o tratantes, donde siempre hay un uniforme verde olivo. La vergüenza, en este caso, se ha extinguido hace un tiempo ya.
Además, unos congresistas de formas obscenas, muy escasa inteligencia y ambición a borbotones que aprueban leyes escandalosamente proclives al crimen, los propios y los de sus amigos y socios. O despejando tramposamente la cancha para que sus rivales electorales no puedan poner en evidencia su pequeñez y el elector no tenga oportunidad de expresarles su desprecio.
La agonía del honor se hizo irremediable con la figura de la presidenta haciendo gala de su estulticia, con mensajes repletos de mentiras mal leídas y, hasta en su apariencia, gritando su ordinariez y falta de autenticidad, a través de un rostro artificialmente liso y de una dureza que Susel Paredes describe como «care’ jebe».
La miasma a la que ha sucumbido el país, no tuvo ya remedio posible. Solo un nuevo tipo de ciudadano podrá, en el futuro, y lejos del oprobioso silencio que mantenemos los actuales, reconstruir desde este Perú descompuesto, algo por qué levantar la cabeza. Si es que la última esperanza no hubiera sucumbido también a esta podredumbre, a causa de nuestra indiferencia.
- Columna publicada originalmente en El Búho